Tuvo mucho tiempo para pensarlo. Un año exactamente. Sin
embargo, en el último minuto su decisión
no estaba clara.
Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas. Miraba el
reloj. Su reloj de muñeca.
Unos minutos más y serían las cuatro de la tarde. En
cualquier instante ella cruzaría la puerta.
Un perro ladraba fuera de la casa. Un perro pequeño, blanco
y peludo. Peluche le llamaban, propiedad de su vecino.
Peluche no ladraba sin motivo, esto hizo que pensara que
algo estaba sucediendo. Se levantó y se aproximó a la ventana. Desde el segundo piso observó.
Esperaba ver a su vecino quien por lo general se tumbaba sobre la grama del
patio y experimentaba viajes cósmicos gracias a la marihuana. No fue así.
El perro ahora
guardaba silencio, y no se veía nada fuera de lugar desde su ventana. Regresó a
su sitio de inicio y, se sentó en la misma postura en la que estaba dos minutos
antes.
Recordó como diez años antes, cuando aún eran adolescentes
se conocieron por amigos en común. Una excursión al volcán hizo la magia.
El perro ladró una vez más y lo devolvió al presente.
El reloj de mesa anunció que eran las cuatro de la tarde,
suspiró hondo y su mirada de deslizó hasta la puerta que se abría.
Su decisión estaba tomada.
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