lunes, 27 de agosto de 2018

Ese perro que ladra


Tuvo mucho tiempo para pensarlo. Un año exactamente. Sin embargo,  en el último minuto su decisión no estaba clara.
Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas. Miraba el reloj. Su reloj de muñeca.
Unos minutos más y serían las cuatro de la tarde. En cualquier instante ella cruzaría la puerta.
Un perro ladraba fuera de la casa. Un perro pequeño, blanco y peludo. Peluche le llamaban, propiedad de su vecino.
Peluche no ladraba sin motivo, esto hizo que pensara que algo estaba sucediendo. Se levantó y se aproximó  a la ventana. Desde el segundo piso observó. Esperaba ver a su vecino quien por lo general se tumbaba sobre la grama del patio y experimentaba viajes cósmicos gracias a la marihuana. No fue así.

El perro  ahora guardaba silencio, y no se veía nada fuera de lugar desde su ventana. Regresó a su sitio de inicio y, se sentó en la misma postura en la que estaba dos minutos antes.
Recordó como diez años antes, cuando aún eran adolescentes se conocieron por amigos en común. Una excursión al volcán hizo la magia.
El perro ladró una vez más y lo devolvió al presente.
El reloj de mesa anunció que eran las cuatro de la tarde, suspiró hondo y su mirada de deslizó hasta la puerta que se abría.
Su decisión estaba tomada.

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