En el oscuro cielo, la luna llena hacia su aparición. Un mes
sin verla parecía una eternidad.
Acostado en el suelo, su espalda descansaba del intenso
dolor que era ya su compañera inseparable. Un olor a fruta madura llegó desde
lejos, lo que hizo que se levantara y caminara una corta distancia hasta la mesa al aire libre.
Mangos de varios colores: verdes, rojos y amarillos estaban
a la vista.
Alguien gritó su nombre desde adentro de la casa, una voz
femenina y antigua, como aquellas voces que cuentan cuentos e historias cuando
somos niños.
La mujer de cabello blanco salió, lo vio y lo invitó a
pasar. La cena estaba lista.
Por mucho tiempo pensó que no volvería a escuchar palabras
amables, le parecían extrañas. Entró a la pequeña casa y vio la comida caliente
en las cacerolas. La señora del cabello blanco le indicó que se sirviera a su
gusto, y así lo hizo.
La noche continuó mientras hablaban, él sobre todo;
contándole sus desventuras en la vida durante los últimos meses.
Ella escuchaba atentamente. Le ofreció un poco de licor
casero y él aceptó. Fue uno solo… fue suficiente.
El momento de despedirse llegó, la señora de blanco cabello
lo acompañó a la puerta, le besó la frente y le deseo lo mejor.
-
Vete lejos, le dijo. - Aquí no hay futuro para
los jóvenes.
Él sonrió y caminó
sin voltear la vista. Se dio cuenta que no le había preguntado el nombre a la anciana. Intentó volver sobre sus pasos.
Pero la puerta estaba ya cerrada y la luz de la calle apagada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario