lunes, 27 de agosto de 2018

Ese perro que ladra


Tuvo mucho tiempo para pensarlo. Un año exactamente. Sin embargo,  en el último minuto su decisión no estaba clara.
Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas. Miraba el reloj. Su reloj de muñeca.
Unos minutos más y serían las cuatro de la tarde. En cualquier instante ella cruzaría la puerta.
Un perro ladraba fuera de la casa. Un perro pequeño, blanco y peludo. Peluche le llamaban, propiedad de su vecino.
Peluche no ladraba sin motivo, esto hizo que pensara que algo estaba sucediendo. Se levantó y se aproximó  a la ventana. Desde el segundo piso observó. Esperaba ver a su vecino quien por lo general se tumbaba sobre la grama del patio y experimentaba viajes cósmicos gracias a la marihuana. No fue así.

El perro  ahora guardaba silencio, y no se veía nada fuera de lugar desde su ventana. Regresó a su sitio de inicio y, se sentó en la misma postura en la que estaba dos minutos antes.
Recordó como diez años antes, cuando aún eran adolescentes se conocieron por amigos en común. Una excursión al volcán hizo la magia.
El perro ladró una vez más y lo devolvió al presente.
El reloj de mesa anunció que eran las cuatro de la tarde, suspiró hondo y su mirada de deslizó hasta la puerta que se abría.
Su decisión estaba tomada.

sábado, 25 de agosto de 2018

El ángel


 
En el oscuro cielo, la luna llena hacia su aparición. Un mes sin verla parecía una eternidad.
Acostado en el suelo, su espalda descansaba del intenso dolor que era ya su compañera inseparable. Un olor a fruta madura llegó desde lejos, lo que hizo que se levantara y caminara una corta distancia  hasta la mesa al aire libre.
Mangos de varios colores: verdes, rojos y amarillos estaban a la vista.
Alguien gritó su nombre desde adentro de la casa, una voz femenina y antigua, como aquellas voces que cuentan cuentos e historias cuando somos niños.
La mujer de cabello blanco salió, lo vio y lo invitó a pasar. La cena estaba lista.
Por mucho tiempo pensó que no volvería a escuchar palabras amables, le parecían extrañas. Entró a la pequeña casa y vio la comida caliente en las cacerolas. La señora del cabello blanco le indicó que se sirviera a su gusto, y así lo hizo.
La noche continuó mientras hablaban, él sobre todo; contándole sus desventuras en la vida durante los últimos meses.
Ella escuchaba atentamente. Le ofreció un poco de licor casero y él aceptó. Fue uno solo… fue suficiente.
El momento de despedirse llegó, la señora de blanco cabello lo acompañó a la puerta, le besó la frente y le deseo lo mejor.
-          Vete lejos, le dijo. - Aquí no hay futuro para los jóvenes.
 Él sonrió y caminó sin voltear la vista. Se dio cuenta que no le había preguntado el nombre  a la anciana. Intentó volver sobre sus pasos. Pero la puerta estaba ya cerrada y la luz de la calle apagada.